miércoles, 11 de mayo de 2011

Una persona como yo puede escribir en un abrazo miles de poemas.

Es innegable que en la lectura de un libro, buscamos descubrirnos a nosotros mismos.

Nos encontramos afines con aquellas ideas que expresa el escritor, que por demencia, identificación o rechazo nos dan luz sobre nuestra propia naturaleza y trascendencia. En sentido diverso, todo creador, al escribir y buscar temas, formas y comunicaciones se busca a sí mismo.
En esa doble búsqueda, separada por el tiempo y que logra su encuentro en el mundo de la lectura, en ese instante estético del autor-lector, esta quizá, el esplendor de la literatura.
Y es que el escritor, al indagar buscándose en la creación, abre perspectivas que el lector interpretará, comprendiendo o yendo más allá de lo previsto.
Recorro el dialogo de un loco; si, de un demente, pero en el sentido más noble de la palabra, lo más honorifico que su significado pueda entrever, porque es uno de los vocativos más bellos que impulsan a un hombre a renovar infinitamente la vida.
En esto hay que recordar que todo aquello que no se agita, acaba por pudrirse, como las tierras infértiles donde la vida se niega a florecer.
Ya Michel Foucault había dicho:”La sinrazón pertenece a lo que hay de decisivo en el mundo”.
En mis pequeños relatos, en los grandes libros, en las profundas misivas que me intercambiaba con mi compañero, me encontraba cara a cara con mi demencia, libre y anárquica, nadie podía con ella, vagaba por doquier sin control.
Pero, os preguntareis como me volví loco, Ah! Si, ese día, ocurrió así:
Un día, muchísimo antes de que nacieran todos los dioses, desperté de un profundo sueño y encontré que me habían robado todos mis disfraces-si, los siete disfraces que yo mismo me había fabricado y que llevé en siete existencias diferentes-; corrí sin disfraz, desnudo por la calle gritando y vociferando: ¡Rateros! ¡Rateros!¡Malditos rateros!
Hombres y mujeres se burlaban de mi, y al mirarme, algunas personas llenas de miedo corrieron a esconderse en sus casas.
Y cuando llegué a la plaza del pueblo, un mozo, de pie en el tejado de su casa me señaló exclamando:
“¡Miren! ¡Es un demente!” Alcé la cabeza para mirar quién gritaba, y por primera vez el sol acarició mi rostro desnudo.
Por primera vez el sol besó mi rostro desnudo, y mi alma se inflamó de cariño al sol, y ya no quise tener disfraces.
Y como si fuera presa de un trance, grité:
¡Bienaventurados!¡Bienaventurados sean los ladrones que me robaron mis disfraces!
Fue así como me convertí en un loco.
Y en mi locura he encontrado libertad y seguridad, la libertad del recogimiento
y la seguridad de no ser comprendido,
pues quienes nos conocen y comprenden oprimen una parte de nuestra existencia.

Pero no dejéis que me envanezca demasiado de mi incertidumbre.
Ni siquiera el ratero en prisión está a salvo de otro ratero.

"El Loco"
-Jalil Gibran Jalil-


“Le apalearán, le escupirán, le torturarán y finalmente le matarán, pero a los tres días resucitará”
-MC 10-34-

No hay comentarios:

Publicar un comentario