martes, 8 de junio de 2010

Quizá es que no me quieres...

Quizá es que no me quieres.
-Te quiero.
-¿Cómo lo sabes?
-No lo sé. Lo siento. Lo noto.
-¿Cómo puedes estar tan seguro de que lo que notas es que me quieres y no otra cosa?
-Te quiero porque eres diferente a todas las mujeres que he conocido en mi vida. Te quiero como nunca he querido a nadie, y como nunca podré querer. Te quiero más que a mí mismo. Por ti daría mi vida, me dejaría despellejar vivo, permitiría que jugasen con mis ojos como si fuesen canicas. Que me tirasen a un mar de salfumán. Te quiero. Quiero cada pliegue de tu cuerpo. Me basta mirarte a los ojos para ser feliz. En tus pupilas me veo yo, pequeñito.
Ella mueve la cabeza inquieta.
-¿Lo dices de verdad? Oh, Raúl, si supiese que me quieres de veras, que te puedo creer, que no te engañas sin saberlo y por lo tanto me engañas a mí... ¿De verdad me quieres?
-Sí. Te quiero como nadie ha sido capaz de querer nunca. Te querría aunque me rechazaras, aunque no quisieras ni verme. Te querría en silencio, a escondidas. Esperaría que salieses del trabajo nada más que para verte de lejos. ¿Cómo es posible que dudes de que te quiero?
-¿Cómo quieres que no dude? ¿Qué prueba tengo, real, de que me quieres? Tú dices que me quieres, sí. Pero son palabras, y las palabras son convenciones. Yo sé que te quiero mucho. Pero ¿cómo puedo tener la certeza de que tú me quieres a mí?
-Mirándome a los ojos. ¿No eres capaz de leer en ellos que te quiero de verdad? Mírame a los ojos. ¿Crees que podrían engañarte? Me decepcionas.
-¿Te decepciono? No será mucho lo que me quieres si te decepcionas por tan poco. ¿Y todavía me preguntas por qué dudo de tu amor?
El hombre la mira a los ojos y le coge las manos.
-Te quiero. ¿Me oyes bien? Te q u i e r o.
-Oh, «te quiero», «te quiero»... Es muy fácil decir «te quiero».
-¿Qué quieres que haga? ¿Que me mate para demostrártelo?
-No seas melodramático. No me gusta nada ese tono. Pierdes la paciencia enseguida. Si me quisieras de verdad no la perderías tan fácilmente.
-Yo no pierdo nada. Sólo te pregunto una cosa: ¿qué te demostraría que te quiero?
-No soy yo la que tiene que decirlo. Tiene que salir de ti. Las cosas no son tan fáciles como parecen. -Hace una pausa. Contempla a Raúl y suspira-. Quizá sí tendría que creerte.
-¡Pues claro que tienes que creerme!
-Pero ¿por qué? ¿Qué me asegura que no me engañas o, incluso, que tú mismo estás convencido de que me quieres pero en el fondo del fondo, sin tú saberlo, no me quieres de verdad? Bien puede ser que te equivoques. No creo que obres de mala fe. Creo que cuando dices que me quieres es porque lo crees. Pero ¿y si te equivocas? ¿Y si lo que sientes por mí no es amor sino afecto, o algo parecido? ¿Cómo sabes que es amor de verdad?
-Me aturdes.
-Perdona.
-Yo lo único que sé es que te quiero y tú me desconciertas con preguntas. Me hartas.
-Quizá es que no me quieres.






-Quizá eres tu la que no me quieres- Repliqué con firmeza a la vez que clavaba en sus ojos una mirada fría
-Siembras dudas en mi corazón para luego escudarte en ellas- Proseguí diciendo con voz afligida.
-Eres tu la que año tras año ha disimulado un amor de decorado, de mentira…..-
Eva intentó replicar elevando la voz pero no la dejé.
-Dirigías un mundo de amor fantástico, ficticio, pero ahora que tus palabras han destapado el mundo real ya no puedes dirigir nuestro amor. Me has demostrado la persona que no eres durante todos estos años ¿Y ahora me vienes con pretensiones de falsedad por mi parte?
-Cállate Raúl, estas afrontando esto de forma patética, es un error- Me dijo Eva.
No me lo podía creer, me gustaría saber que es lo que le impulsa a hacer esto, ¿Por qué es así? ¿Por qué lo hace?
-¿Error dices? no, TU eres el error en nuestra relación, siempre has extrapolado tus problemas culpando a la gente que te rodea, te paso lo mismo cuando perdimos al niño, no sabes asumir las culpas-.
Cuando pronuncié estas ultimas palabras me di cuenta que no lo tenia que haber dicho, ese no era fallo de nadie.
Un Silencio desgarrador inundó el salón, tan solo estuvimos unos segundos sin hablar pero parecieron horas.
Sentía como la decepción y la pena corroían parte de mi, notaba como el pecho se quedaba sin aire, vacío de sentimiento.
-Eva, te……te voy a hacer una pregunta-Dije tartamudeando. Tragué saliva profundamente y cerré suavemente los ojos para luego ir entreabriéndolos, estaban empapados, sentía como si hubiesen sido bañados en acido, además tenia la boca seca como el polvo de arena, con voz semimuda dije:
-¿Me quisiste alguna vez?- Miré a Eva y vi como le temblaba violentamente el labio inferior, se lo mordió con fuerza para luego abrir la boca y hablar, pero solo emitió un pequeño gemido, carraspeó suavemente y me dijo con la voz rota:
-Claro que te quise, y te quiero, ¿Cómo puedes dudar de mis palabras?
La miré y vi como una lágrima brotaba de su ojo derecho, un diamante transparente que le recorría la mejilla, suavemente y con dulzura.
Sonreí sarcásticamente, aunque más que una sonrisa fue una pequeña mueca, miré al suelo mientras sacudía la cabeza, me levanté y la besé en el rostro, humedeciendo mis labios con el pequeño cauce del río de lágrimas que invadía su rosada mejilla, atravesé el salón con agilidad y cerré la puerta de casa con suavidad.
Al día siguiente le escribí una carta. Escribí una carta a Eva, en ella le recordé todos los buenos momentos vividos a su lado con ella y también la pedí perdón por las veces que hiciera falta, también la dije que nunca más nos volveríamos a ver, era un adiós definitivo, un hasta nunca. Le di las gracias por todo y me despedí para siempre. Al final de la carta le dije:

“El niño que no juega, no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño en el que vivía, edificaste tu casa como un juguete y jugabas en ella de la mañana a la noche.
Se eternamente Feliz, Siempre tuyo”.

Raúl.

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